"Puso todo su afán en convencerme de que somos imperfectos y por eso tropezamos
siempre con el mismo muro. La sabiduría y la belleza se encuentran en los detalles
imperfectos. Le comprendí algo mejor cuando me contó que los escasos indios hopi,
supervivientes en una reserva de Arizona, cada vez que hacen un collar, insertan
una cuenta defectuosa ("la cuenta del espíritu") para lograr la belleza de la imperfección.
También las hermosas alfombras iraníes de la tribu de los qashqai se tejen con
errores intencionados, para que la vista no se canse de tanto esmero. Los japoneses
dicen que la perfección carece de alma, porque la vida se caracteriza por el continuo
e incompleto movimiento. Nada ni nadie es completo y mucho menos perfecto.
Así que ese afán que tenemos todos por controlar y arreglar las vidas ajenas es una
torpeza. Lo que se debe hacer por los otros y, en especial por los hijos, es estar con ellos, ofrecerles tu compañía sin condiciones ni peticiones, sin querer arreglar, controlar, cambiar, manipular o salvar".
Nativel Preciado, Llegó el tiempo de las cerezas
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